viernes, 15 de julio de 2016

2

Eres lo mejor que no me ha pasado todavía. Eso pienso cuando te veo caminar en el abismo que hay entre el próximo bordillo y mi mirada. Podría decir que te había buscado sin saberlo pero lo cierto es que te he encontrado sin buscarte. Que una tarde cualquiera pasaste por mis ojos como si desfilaras en París. Que se me quedó la canción que hacían tus tacones al alejarse y todavía la tarareo cada vez que te recuerdo. Que tu culo es un columpio de mi infancia y cada vez que se mueve  soy feliz.  Que tu nuca desnuda es el folio en blanco donde debería empezar a contar mi vida. Que tu boca una playa en mitad de una calle que solo ha olido el mar cuando sonríes.
Podría decir que te he perdido sin tenerte pero lo cierto es que te he tenido sin ganarte. Que sin permiso has invadido la habitación más al fondo de este corazón desubicado y has colocado las piernas encima de mi pecho, como quien busca la comodidad para ver como se humedecen los recuerdos. Que has cabido en un bolsillo, tú que aún no entras en mi vida.

Podría decir que te había soñado antes de verte pero lo cierto es que solo verte ha sido un sueño. Que tienes en el rostro los lunares que trazan un futuro, en las manos la ausencia de mi espalda, en los labios la cura contra el hambre. Que el aire que te mueve ahora el cabello no es levante ni poniente, se llama suspiro y viene del otro lado de la calle, al ver como te alejas.

Eres lo mejor que no me ha pasado todavía. Y no sabes cuanto duele un todavía. No conoces cuanto añoranza te llevas tras tus pasos.  Y hasta ignoras cuantos pasos nos separan. Todavía.

viernes, 8 de julio de 2016

DEL AMOR Y OTRAS LLUVIAS 7





CAPITULO  7

A Sandra el cabello le olía a frutas del bosque. Siempre estaba cambiándose el flequillo de lado o acariciando las puntas con sutileza. Toda la habitación se invadiá por aquel aroma, de un modo tan intenso que se te impregnaba en la piel. Cuando acababa la sesión tenías aquel perfume tan dentro de los poros que parecía que habías estado follándotela toda una vida. Parabas a tomar un café de camino a casa y su perfume hacía que la soledad no tuviera memoria, llegabas a casa y el olor pegado en la camisa te decía su nombre tantas veces, que a veces la punta de mi lengua tenía que responder por ella. Su olor era el modo de estar con ella sin estarlo, de sentir para ella sin sentirla, de tener sin tenerla, de besar sin besarnos, de ganar aún perdiendo.

- ¿Alguna vez has pensado en la muerte? Preguntó rompiendo el patrón de preguntas casi correctas que había seguido durante las primeras citas.

- Siempre pienso en la muerte. A cada hora pienso en ella, aunque curiosamente nunca en la mía. Contesté.

- ¿Matarías o te matarías por amor?

- Matar y amor son dos palabras que no deben ir en una misma frase, son totalmente contradictorias. Nadie mata por amor se mata por odio o por egoísmo. Se mata por miedo y se mata por poder. Cuando en la tele un hombre ha matado a su mujer porque ya ella no le quería no la mata por el amor que no le da a él. La mata por el amor que puede darle a otro y según él, le pertenece.

Sandra me observaba atentamente. Sabia que los psicólogos se fijaban mucho en el lenguaje físico, en los gestos, en las pausas. Yo no tenía problema en expresarme como si estuviera hablando con un conocido, no temía en absoluto ser analizado, radiografiado o examinado por nadie. Por ella quizás menos aún.

- Luego - volví a hablar aprovechando su silencio- también está la desesperación. En estos tiempos es la mayor asesina de todas. Muere más gente por estar desesperado por una u otra razón que por enfermedades terminales. Incluso muchos de los que están respirando en este momento no se dan cuenta que el estar desesperado los mantiene totalmente cadáveres.

Notaba en su ojos cuanto le gustaba que me extendiera en cualquier discurso. Su bolígrafo parecía tener pilas nuevas cuando mis silencios y monosílabos eran cambiados por frases arrojadas desde mi garganta a su cuaderno.

- ¿Que es lo que menos te gusta de ti?

- Ser tan frágil cuando me expongo a la nostalgia. Echo de menos demasiadas cosas. Creo que la añoranza es un ancla que no te deja caminar libre. Para dar un paso tienes que arrastrarla a duras penas. La nostalgia no se puede camuflar, tu miras a los ojos de alguien directamente y puedes ver cuanta melancolía le aturde el pecho. Tu por ejemplo...

- No. Me interrumpió Sandra.- No hablamos de mí. Dijo como temiendo que mi lengua la analizara.

- Tú por ejemplo- dije acallando su voz y mirando cada parpadeo como si se eclipsara la luna cada vez que cerraba los ojos. - Echas de menos temblar como una niña cuando te suspiran en la nuca.

- Yo nunca he sido una niña y no estamos hablando de mí. Volvió a repetir Sandra, esta vez subiendo el tono de voz para que pareciera más una orden que una sugerencia.

- Es mas fácil conocer a alguien a través de lo que te hace sentir, que intuyendo lo que él siente. Le dije.

El leve tintineo de sus zapatos comenzó su particular concierto, se removió en la silla, buscando una postura mas cómoda.

-  A veces parece que el psicólogo eres tú. Dijo. - Y eso no puedo tolerarlo. Yo debo marcar las pautas.

- Como prefieras. Le contesté. Sabiendo que en ese momento deseaba otra respuesta. Algo menos obediente que siguiera desordenando un poco su capacidad de dominar la situación.

Nos separaba una mesa tan ancha que hacia imposible el roce, tan estrecha que me permitía poder contarle las pecas que le caían como estrellas suicidas desde el cuello a la inmensidad del escote. Eran minúsculas pero brillaban, parecía una carrera por llegar antes a sus senos. Su escote no era atrevido, era más una rebeldía, un "Estoy contenta de ellas pero seria contradictorio fomentar la locura aquí dentro".

- ¿Crees que la nostalgia es la causante de que pierdas el control? ¿De que estés aquí ahora?

- De que pierda el control seguramente, de que esté aquí ahora tienes más culpa tú, que la nostalgia. Le contesté.

- ¿Qué quieres decir? Me preguntó haciéndose la sorprendida.

- Hoy tenía otros planes pero ninguno de ellos se acercaba un poco a la satisfacción de tenerte cerca.

Noté el rubor en su rostro y como camufló una tímida sonrisa detrás de una mueca difícil de clasificar. Como en un intento tardío de que no leyera en sus facciones ni una pizca de placer.

Dijo una vez el viejo julio en el pez ahogado - Para conquistar a una mujer hay que invadir sus tres territorios y en cada uno de ellos poner una mina, que explote si le faltas. Primero el cerebro, segundo el coño y por último el corazón.

Yo no estaba de acuerdo del todo con el orden pero si compartía el cerebro como primer escalón y más importante para que el resto pudiera fluir o incluso resbalar. El cerebro es el atajo más directo que lleva al corazón y el corazón es el camino más seguro para que te abran las piernas.

- Me gustaría que me contaras el principio de todo. Dijo Sandra agarrando el bolígrafo y pasando una hoja de la carpeta para hallar otra en blanco.

Apenas hubo una pausa entre su voz y la mía.

- Nací en un hospital, lo cual para mi madre debió ser mejor que hacerlo en un taxi o en un ascensor, a mi hermana por ejemplo la tuvo en un ford fiesta de los antiguos, en un atasco. Salió disparada como una culebra según me han contado. En cambio mi parto duró once horas, lo cual, bien podía ser una señal de que el dolor y yo iríamos de la mano durante gran parte de mi existencia. Mi madre me dijo que apenas lloré, en cambio la opinión de mi padre era totalmente distinta.
- Llorabas como una nena, tanto, que hasta tuve que mirar si era cierto que tenias pito.
Aprendí pronto a caminar, muy pronto, ayudaron los ataques de lumbago de mi madre y los arrebatos de pereza de mi padre. Pereza que he heredado por cierto. Quizás lo único, no se.

- Alejandro- Me interrumpió Sandra- me refiero al principio de tu dolor, a esa necesidad de hacerte daño, a lo que ha hecho que necesites ayuda externa-  Me dijo con los ojos muy abiertos y con el tono de voz muy leve, como para que entendiera bien lo evidente.

- Eso hago. Le contesté.

Respiró profundamente como si en el aire flotara la paciencia, cruzó las manos sobre la mesa, tenía las uñas pintadas de rosa y un anillo en el anular de la mano izquierda con la cabeza de un buho. Sus dedos eran finos y afilados, como si con ellos pudiera hurgar en el alma de las personas.

- Mi infancia- continúe mientras me acomodaba aún más- no estuvo del todo mal, teniendo en cuenta que odiaba el fútbol y eso me alejaba de la mayoría de los demás niños, por suerte tampoco me agradaba el ballet o estudiar, así que las collejas se la llevaban otros. Me pasé todos los cursos de primaria persiguiendo moscas en el aire y observando la nuca de Neus. Admirando su risa, imaginando que un día me hablaba, me pedía un lápiz o me invitaba a su cumpleaños. Supongo que estaba todo lo enamorado que se puede estar a esa edad y  ella mi presencia la odiaba tanto, como se puede odiar tengas los años que tengas.

- ¿Tú nunca le hablaste? Preguntó Sandra, que había vuelto a coger el bolígrafo y a anotar palabras con la misma velocidad con la que firma un médico.

- ¿Sabes ese juego del conejo de la suerte? ¿Ese que se canta en coro una absurda canción dando palmadas en la mano del compañero de tu izquierda?

Sandra asintió con la cabeza dejándome continuar el diálogo.

- Yo no jugaba nunca, ni siquiera se que me llevó a hacerlo aquel día e incluso sonreír como si fuera divertido. Neus llevaba su vestido blanco, lo que hacia su piel con ese trozo de tela era magia. Una magia de la cual sabes el truco y sin embargo te sigue sorprendiendo aunque lo veas mil veces. A la tercera o cuarta vez que empezó la canción, aquella maldita melodía acabó en mi mano. Todos los rostros se posaron en mí. Sentí como un calor asfixiante se posaba en mi rostro. Me quedé un rato petrificado, un instante que pareció una vida. Me levanté, el cuerpo me pesaba como si cargara una roca en la espalda. En frente estaba Neus, la miré, me miró, di un paso en su dirección, quizás dos, aunque la distancia aun era considerable ¿y sabes que hizo ella? Le pregunté tras una pausa que bien pudo contener un suspiro.

Sandra no dijo nada, se limitó a mirarme compasivamente, como si ya conociera la respuesta.

- Correr. Dije. Corrió como si hubiera visto al diablo, a un espíritu, a un monstruo.Aunque más tarde comprendí que solo vio a un niño feo. El resto del coro reía, creo que no hubo nadie en aquel recreo que no riera aquella mañana. Bueno en realidad si hubo alguien. Aunque imagino que ya sabes quién.

Sandra parecía afectada, como si hubiera pertenecido a aquel círculo y hubiera visto con sus propios ojos todo el ridículo que me aplastó como a un insecto. Como si ella también hubiera reído.

- Te parecerá absurdo- Le dije. Pero todavía algunas noches escucho la canción y la veo corriendo, con su vestido blanco haciendo magia con su piel.

- Luego quemé el colegio con todos los niños dentro y me quedé fuera para ver como ardía. Dije para romper el silencio.

- Como ironía resulta macabra-  Dijo Sandra.

- La negación de un beso no vale un incendio, aunque haya besos que quemen como tal-  Mire sus labios con hambre. -  Aquel día solo me falto un mechero. Volví a ironizar. - Hoy me separa una mesa.
Siempre tan alejado del fuego como ves-

No le dije a sandra que yo no acabé el tercer trimestre. Que no me hicieron repetir curso porque mi madre lloró delante del director del centro. Que pasé medio verano con la esperanza truncada de que me cambiaran de colegio, aunque ello llevara despertarme una hora antes y coger dos autobuses. Que a raíz de aquello y con tan solo nueve años yo cambié mi forma de ser, tenía más odio dentro, respondía con desconfianza a cualquier cosa.Casi me atrevería a decir que dejé gran parte de mi infancia en aquel patio del colegio y que ya nunca volvió. Alcancé estos diez segundos de ira que aún mantengo a esta edad, esos que me convierten en animal y luego en hombre. Diez segundos en los que soy capaz de joder una vida. De golpear a cualquiera o a mí mismo. De romper una puerta de un puñetazo o lanzar un portátil por la ventana. Diez segundos por los cuales siempre llego al arrepentimiento. Por los que tal vez, estoy delante de Sandra. Y seguramente esto último sean lo único bueno que me han llegado a otorgar.

miércoles, 6 de julio de 2016

1

Siempre fui un chico raro,
por ejemplo el miedo a la oscuridad
me vino cuando tenía ya quince años.
Exactamente fue el primer día que quedé  con ella
y me dijo con la voz prestada de un reloj injusto:
Mi padre solo me deja estar en la calle hasta que oscurece.

domingo, 3 de julio de 2016

DEL AMOR Y OTRAS LLUVIAS 6

CAPITULO 6


Era un siete de agosto. Hacía tanta calor que las parejas no se daban la mano por la calle por temor a resbalarse. Las cosas entre nosotros estaban estancadas desde hacía algún tiempo. Ella quería un hijo y yo me negaba a compartir sus tetas con nadie. Ella necesitaba poner el reloj en hora y yo prefería no saber cuanto tiempo pasaba entre orgasmo y deseo. Ella imploraba cierto equilibrio y yo prefería seguir mirando los ojos del precipicio.  Llevábamos dos años y medio juntos. Nos odiábamos lo suficiente para que el amor fuera intenso. Nos queríamos demasiado para que el odio no fuera un lastre. O al menos eso pensaba yo.

Un siete de agosto de hace casi tres años exactamente,con el ventilador de techo al máximo de revoluciones. Lejos del abrazo del invierno, donde se venía a mi lado para que le calentara los pies y la vida. No me alarmé cuando alargué la mano aquella mañana hasta su sitio y vi que no estaba. Tampoco no oírla por casa me incordió en absoluto. Fue cuando me acerqué a la cafetera como todas las mañanas cuando fui consciente de lo que ocurría. Había un papel pequeño junto a ella, a bolígrafo azul, con un pulso envidiable.

"A veces la vida es un cara o cruz. Yo lancé la moneda, no hubo truco, creo que conté doce giros en el aire hasta que cayó en mi mano. Me salió cara y tengo que irme. Imagino que ya sabes a quien le ha tocado la cruz.
A menudo el amor va mas allá de amarse. No hay te quiero en el mundo que nos salve la rutina. Ni besos que puedan masticarse. Ni orgasmo tan intenso para que sonreír se haga inercia.

Suerte y eso"


Un siete de agosto. Aquel día fue extraño. Me tomé el café como si aquello que hubiera acabado de leer no fuera más que un arrebato momentáneo. Me senté en el sofá y esperé su regreso. Como si fuera una broma. Como si solo se tratara de tirar de la cuerda. Ella tiraba de su parte, si yo no hacía presión desde el otro lado se caería al suelo. Volvería con un rasguño en el orgullo que yo lamería hasta borrarlo e inmediatamente después me dejaría pasar mi lengua por donde la autoestima sube cuanto más abajo caen las bragas. Lo peor de una despedida es no hallar un portazo a donde agarrarse, uno reconoce en su intensidad la duración del regreso, o un hasta nunca de esos que dejan eco, a ser posible con un insulto incorporado para que sea más demostrable que su ausencia no es más que un ataque de ego. Al click sin sonido de un pomo no hay modo de rebelarse. Al silencio de una nota no hay reproche que te consuele, en una huida sin huellas no hay camino que seguir. Lo máximo que consigues es girar sobre ti mismo como en una puta noria que olvidaron de apagar. En el desamor siempre será mejor un muro intraspasable que una rotonda en medio de la nada, donde en cada vuelta que das para encontrar la razón de su marcha, vuelves a hallarte a ti mismo con la misma pregunta ¿ Por qué?. Y así para siempre.

Siete de agosto no vino. Había dejado aquí todas sus cosas. Su ropa, sus adornos, el color de las paredes, las macetas del balcón y a mí. No se olvidó de la cajita de música donde guardábamos unos tres mil euros. Es lo único que cogió antes de irse, el dinero. La cajita sigue en el mismo sitio de siempre. Ya no suena desde entonces.
Tampoco vino al día siguiente. Ni al otro. Ni la otra semana. Ni al mes. Hace mil días que no regresa y a mí me parecen dos vidas. La que vivo y también la que se llevó con ella.

No ha vuelto ni tampoco ha dado una mísera señal de que sigue respirando. Ni una llamada, ni otra nota, ni una esquela en algún periódico de barrio. No hay nada de ella en internet. Si no fuera por las fotos y por las inoportunas preguntas de algún conocido al verme sin ella por la calle pensaría que me la inventé para ser feliz en algún momento de mi vida.

Su única familia era yo. La encontré por casualidad en "el pez ahogado" y me la puse en la solapa. Su padre había abandonado a su madre cuando ella tenía tres años. Su madre murió cuando cumplió catorce. Había estado en casa de su abuela paterna hasta los dieciocho, en un pueblo perdido de Soria. o eso llegó a prometerme. Llegó aquí porque según dijo este barrio era lo mas parecido a su vida que se había encontrado en el camino. - Aquí parece que ya nada puede ir a peor- eso dijo. Dejó el hostal y se vino a vivir conmigo. Luego me dejó a mí y se convirtió en nostalgia y en nada, aunque si aún vive será el todo de alguien, de eso no me cabe duda.

Me duele hablar de ella, me hiere recordarla, me mata hallar su nombre en otro rostro. No fue instinto sexual lo que me llevo a experimentar el dolor físico de aquel modo con Irene. La realidad es que me dolía tanto el interior que tuve que castigarme por fuera para equilibrar la balanza. Laura sin saberlo dio el primer azote y yo necesité más.Todavía lo necesito.

Quizás esté muerta. Quizás la atropelló un coche al salir de casa, descarriló el tren al no comprender su huida, se estrelló el avión por el peso de sus alas en el asiento. Quizás pensaba en volver pero la muerte llegó antes. La realidad puede ser muy cruel. Aceptaría antes su muerte que el abandono. Y el abandono antes que la duda.

Es la incertidumbre la que vuelve loco al hombre. De eso, cada vez estoy mas seguro. La incertidumbre unida a la esperanza es la mayor tortura que existe para el ser humano si esta no cumple las expectativas creadas respecto a ellas.
Desde que Laura se fue, un siete de agosto, yo soy todo incertidumbre, cada vez tengo menos esperanzas e imagino que también cada día que pasa, estoy un poco más loco.