jueves, 22 de marzo de 2012

Crónicas de un barrio a las afueras (4)

Decía el "viejo Julio" que una persona deja de ser joven cuando para ver a sus amigos en lugar de ir a un bar cualquiera tenía que ir al cementerio.

Yo no he tenido muchos amigos. Para considerarlo amistad uno debe además de compartir los secretos, aceptarlos. Tener el poco orgullo para pedir disculpas y el arte de saber perdonar. Siempre he pensado que los amigos de cada persona se cuentan por las mentiras que cada uno sea capaz de contarles.

El "viejo Julio" también decía entre sorbo y sorbo que la amistad es lo que le sobra al amor y el sexo lo que le falta. Que una persona empieza a follar de verdad cuando se quiere más a sí mismo que a su pareja. Y ocurre, te lo juro que ocurre. Confirmaba a la vez que hacía memoria rascándose la coronilla.

Un tipo peculiar, que formaba parte de los decorados de los bares más viejos de la ciudad, algunos decían, que él fue quién se tomó la primera copa en todos ellos y que a este paso donde la economía era un puto desastre también se tomaría la última.

- No soy divorciado, ni soltero, ni viudo, simplemente me las he arreglado para estar solo. Y no es fácil. Yo nunca he levantado una copa por una mujer, ni para celebrar ni para olvidarla. Mis borracheras no han sido más que sed y créeme, amigo, cuando no te quiere nadie, no basta con el agua.

Estaba pensando en Valeria, esa rubia que apareció en la pista de baile, como un rayo de tormenta en una noche de verano. Pensando en que quizás no existía tal y como la recordaba. Aquella mañana me había deshecho de su teléfono pero su recuerdo taladraba mi cabeza. Su recuerdo era un vecino, martillo en mano, a las ocho de una mañana de domingo, clavando las alcayatas que sostendrían su pasado de rutinas.

- Julio- le pregunté- ¿Si una mujer que acabas de conocer te da su teléfono qué significa?

Julio volvió a su coronilla, blanca como si hubiera enterrado su cabeza en nieve. - Que nunca tendrá saldo para llamarte ella- Dijo y sonrió, como quién tiene la verdad absoluta de las cosas.

domingo, 18 de marzo de 2012

Crónicas de un barrio a las afueras (3)

"Todos podemos amar la paz pero enamorarte de ella sólo es posible cuando has conocido la guerra". Cristal era bosnia, de madre española."Todavía cuando me echo a dormir escucho tiros, es como si tuviera bombas anti-persona debajo de la cama, que explotan cuando cojo el sueño".
 Había visto morir a tantas personas que ya no mataba ni el tiempo.

Vivía en el bloque frente al mío, desde la ventana de la cocina podía ver cómo vestía al aire con sus bragas, abanderando del color del morbo el cielo de esta perversa ciudad.

"Las manchas de sangre no hay detergente que las borre, se quedan en la memoria". Fumaba entre tristeza y tristeza, a veces miraba al horizonte esperando que ocurriera algo, en sus ojos los cadáveres se apilaban por orden genético.

Ayer estuvimos sentados un rato en el parque, no hablamos mucho. Hay mujeres que dicen más cuando callan que cuando hablan, a Cristal le bastaban dos frases para que el resto del diálogo fuera respirar, como si el idioma oficial entre nosotros se basara en los suspiros.

Nos despedimos fríamente en su portal, ya lo habíamos hecho otras veces. En mi chaqueta su olor jugaba al ajedrez con mi conciencia y mientras mi rey neuronal se tambaleaba, en su casa una bomba le regalaba otra noche de insomnio.

martes, 13 de marzo de 2012

Crónicas de un barrio a las afueras (2)


"Cara de perro" sabía tres idiomas. El castellano, el de los ojos y el de los puños. Normalmente no le hacía falta llegar a usar el segundo y de hacerlo solía sobrarle el tercero. Solamente una vez lo ví llegar a ese punto fatídico, hacía casi dos años de aquello y aún tenía pesadillas.

"Cara de perro" bebía whisky solo. -El ron es para maricones acomplejados, la ginebra para borrachos con excusas digestivas y el vodka para desinfectar las heridas. - decía con la crudeza con la que se afeita un camionero en el aseo de una gasolinera. -Si yo tuviera un bar, solo habría whisky. Whisky y tequila para brindar, por si a Salma se le ocurre volver-

Obviamente "Cara de perro" no tenía un bar y Salma no volvería nunca. Ella era una mexicana de ensueño, que desapareció de su vida de la noche a la mañana.

- Nunca ames a una mujer. Quiérela cuanto puedas pero jamás se te ocurra amarla. Amar es el límite, una vez llegas, ya no puedes ofrecer nada más, ella lo sabe y se marcha. Las mujeres necesitan cierta incertidumbre en el amor, pensar que aún lo intenso, lo verdaderamente explosivo, está por llegar. Si se lo das, ¿qué sentido tiene quedarse a tu lado? Ya tuvo su premio, el máximo.Cualquier persona coherente prefiere el misterio a la rutina.- Decía "Cara de perro" sin soltar el cigarrillo de la boca.

Me respetaba, quizás porque yo lo escuchaba sin interrumpirlo, no me esforzaba en absoluto. No era un hombre sabio pero había sufrido tanto que le sobraba inteligencia. Estar cerca de él era como entrar dentro de una burbuja protectora. Quien me veía a su lado me respetaba, incluso memorizaban mi rostro y me saludaban allá donde me vieran.

- El amor es una mierda, te lo digo yo, pero se acaba, siempre se acaba. En cambio el odio puede ser infinito. Yo siempre odiaré a mi padre. El odio te hace duro, te marca los rasgos de la cara, para ser alguien en la calle, tienes que haber odiado con más intensidad de la que hayas querido. Parece que tú nunca has odiado a nadie.- Me dijo mientras observaba por el rabillo del ojo izquierdo a una morena que pedía un Martini.

- Yo también tenía una Salma. Le confesé aprovechando su silencio.

Me miró como nunca lo había hecho antes, con un toque de sensibilidad que a su rudo rostro le venía como una escena porno a una película de Disney. -Lucía- le gritó a la camarera- Pon cuatro chupitos de tequila- Me golpeó el hombro, y brindamos bruscamente por el odio.

viernes, 9 de marzo de 2012

Crónicas de un barrio a las afueras

Lo bueno del alcohol, es que con cuatro copas encima cualquier mujer te parece accesible. De no estar bebido, lo que está claro es que no se me hubiera ocurrido entrarle a semejante rubia. Una vez, un amigo de esos que uno acaba echándose para no beber solo me dijo:

- Cuando estés borracho y te guste mucho una mujer, réstale la mitad de su belleza, la otra mitad es fantasía.

Fantasía o no, cuando la tuve a dos metros, no me salió una palabra, solo una especie de gemido ridículo, lo suficientemente grave para que la música no lo tapara y se perdiera en un acorde.

Ella hizo algo parecido a sonreír, me quitó la copa de la mano y se la bebió de un solo trago. De haberse vuelto en ese momento, hubiera lamido el borde del vaso, con la misma curiosidad que un niño un helado de tres bolas. Pero se quedó allí casi sin parpadear y tuve la sensación de que me estaba viendo desnudo.


Era guapa, no guapa de esas que tienes cerca y suspiras, guapa de aquellas otras que tienes lejos y te falta el aire.


Yo la invité a otra copa y ella al paisaje de su escote, era injusto,
quizás. Me salió muy económico mirar a través de las puertas del infierno. Luego me dijo su nombre - Valeria - y con su lápiz de ojos, en el cartón de mi paquete de cigarros, puso su número de móvil.

Llegaba tarde, aunque no especificó el sitio, supongo que intuyó, que de yo saberlo, la hubiera esperado allí el resto de mi vida. Así que mientras el cincuenta por ciento de su belleza atravesaba la pista de baile hacia la salida, yo me llevé a casa el otro cincuenta, para demostrarle a solas que los borrachos, a veces, también decimos la verdad.