martes, 30 de noviembre de 2010

Historias desde la barra (Mi princesa geométrica)

Me gustan las mujeres que saben que con el coño pueden mover todo su alrededor, las que usan las tetas como argumento y nunca como reclamo, las mujeres que callan cuando tienen demasiado que decir y hablan cuando tienen demasiado que callar.

Por esas y por otra multitud de razones, cada vez que Sonia ponía mi nombre en su boca, yo movía la cola como un perro abandonado que esperaba la caricia que le hiciera sentirse útil.

Por aquel entonces yo estaba enfermo de nostalgia y era en sus caderas amplias como abanicos abiertos donde encontraba el medicamento para anestesiar los vacíos.

De hecho fue allí, en los jardines del cielo de su boca, donde yo aprendí el oficio.

- No me gustan los poetas, los poetas mienten todo el tiempo. Decía sin clemencia.

- ¿Y los jardineros? Preguntaba yo.

- Menos aún, se creen que el amor es una flor, regar y mimar, a la mujer o te la follas de vez en cuando o corres el riesgo de que confunda el amor con el cariño. El amor se mueve por los impulsos del deseo, el te quiero real es el que se dice con los ojos.

- Joder, ¿Y que te gusta entonces? Preguntaba malhumorado.

- Mi padre, me gustaba mi padre, el nunca me quiso así que jamás tuvo necesidad de mentirme y fue todo siempre tan mutuo que llegaba a resultar adorable.

- ¿Y tu madre?- Preguntaba yo de nuevo.

- De mi madre heredé estos pechos ( dijo dejando al aire las dos razones más evidentes que me habían dado en la vida) Así que algún aprecio debo guardarle.

Me encantaba verla fumar en la terraza, con los codos apoyados en la barandilla, la espalda debílmente arqueada como un tobogán y su culo duro como el del un maniquí de Zara sutilmente inclinado, consiguiendo que hubiera más morbo en dos metros cuadrados que en los próximos diez mil kilómetros a la redonda.

Tenía una belleza tan salvaje que ni siquiera en la selva se hubiera sentido cómoda.

- Sólo, con tres hielos y en copa grande, hoy quiero olvidarme de que estoy contigo. Dijo.

Cuando Sonia venía a casa es por que las cosas no le iban bien.

- Yo no soy infiel, soy una ninfómana del amor, nunca pienso en otros cuando estoy con mi marido, ni pienso en mi marido cuando estoy con otros. Esa es la fidelidad máxima a la que puede llegar un ser humano.

Su marido, un eterno desconocido para mí, tan sólo sabía que era policía nacional y que cambiaba continuamente de turnos. Nada más. Y la realidad es que era suficiente.
A veces quería a Sonia y no soportaba saber que alguien más afortunado que yo dormía con el perfume de su cabello pegado a la nariz.

Tenía el pelo largo y castaño, si se lo recogía se le redondeaba la cara, si se lo soltaba parecía un triángulo equilátero.

Mi princesa geométrica, así la llamaba a solas conmigo mísmo.

Sus ojos verdosos se inventaban diapositivas de las orillas más hermosas del Mediterráneo en cada parpadeo, sus labios eran tan carnosos que a la vez que te besaban te absorbían y luego te soltaban para besarte otra vez.
Tanta curva que si no aminorabas la velocidad corrias el riesgo de matarte en cualquiera de las cunetas que le habitaban en las costillas, era dificil pisar el freno cuando Sonia se quitaba la ropa y te arrancaba la piel.

- Me dejo los zapatos puestos porque una mujer jamás debe desnudarse del todo delante de un hombre.

Un metro sesenta y cinco, sesenta y dos kilos y una talla de pecho que prefería omitir para evitar erecciones.

-El día que me escribas un poema, yo le pondré la música de fondo, serán mis tacones alejándose para siempre de tu pecho, la banda sonora de tus letras, y eso debes prometerlo.

Y lo hice, se lo prometí, sin ni siquiera meditarlo un segundo.

La realidad es que lo único que deseé aquel día es lo que deseo hoy mismo, no deberle nunca ni un sólo verso a Sonia.

Y brindo por ello.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Historias desde la barra (Del respirar de las flores)

Al fondo a la derecha, justo detrás de la columna de los espejos y debajo de la foto donde Marilyn detiene el tiempo con las piernas, es donde me suelo sentar alguna tarde a escribir poesía. Porque yo, además de estúpido, soy poeta y además de poeta, hombre.
Todo en ese orden.

En ocasiones escribo sobre Laura, otras sobre mujeres que no existen y la mayoría sobre mujeres que no deberían de existir.

Lo que por la noche puede ser considerado un bar de mala muerte, por el día es una plácida cafetería, con hilo musical, una luz insultante que invita al diálogo y un ambiente selecto de rostros diversos, que todos juntos parecen un puzzle de algún cuadro dibujado por un pintor cuerdo.

Ni rastro de Daniela.
- No es turno para las feas- Suele decir.
Sus ojos apagados, como un eclipse eterno y esa mueca de nostálgica empedernida, como si toda su vida esperara el amor en la próxima esquina desentonarían con la felicidad fingida del lugar.

La camarera se llama Carmen, siempre me mira por encima del hombro y yo siempre la observo por debajo del cuello. Lleva los últimos botones desabrochados como si el olvido formara parte del uniforme laboral y se hace la sorprendida cuando se encuentra ojos resbalándole por el canal del pecado.
Es insultántemente guapa, pero no brilla. Una mujer sin brillo por mucha belleza que tenga, no es más que carne sutilmente ubicada en en lugar idóneo.
Nada más.
El brillo se reconoce en el primer vistazo, si el corazón acelera y la mente inventa, de golpe, se hace la luz.

La primera vez que vi a Carmen bostecé, luego pedí un café mirándole las tetas como si fueran uno de esos acantilados que hay en las postales de Tenerife y seguidamente escribí un poema "a la mujer más plana del mundo". Es mi manera de joder al ego. Follar sin placer con folios en blanco.

Por las mañanas trabajaba de jardinero en una urbanización donde las personas que allí residían se gastaban en unos zapatos mi sueldo anual. Gente que te hablaba de tú, que jamás daban los buenos días y odiaban que un simple jardinero los mirara a los ojos. Gente por la que no me hubiera importado convertirme en asesino en serie y copar las portadas de los periódicos del país.

El asesino de la capucha ataca de nuevo.

Me gustaría tanto que alguien temblara por mí, que ni siquiera me importaría que fuera por miedo.

Allí en aquellos jardines interminables fue donde conocí a Laura, siempre había pensado que al amor de mi vida lo conocería con un mar de fondo, pero ella quiso contradecir mis fantasías desde el primer momento.

Chispeaba, llevaba un paraguas naranja, el pelo suelto y unas botas altas de esas que hacen sumisos a los hombres.
Fue increible lo que hizo con el gris del cielo cuando sonrío.
Imposible lo que consiguió con el aire cuando con dos dedos se colocó el flequillo del otro lado.
Impensable lo que logró con mi latir.

La flor más hermosa de todas y eso que las había visto de todas las especies, era capaz de caminar, respirar y conseguir que yo me echara perfume todas las mañanas por si el azar otra vez la colocaba en mi camino.

Pero supongo que esto ya es otra historia.

O no.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Historias desde la barra (el hombre que abrazaba a las farolas)

Se llama Daniela. Es con la única mujer con la que mantengo una conversación ultimamente. Es la camarera del bar donde me emborracho.
Recuerdo que empecé a beber para celebrar algo, luego al tiempo bebía para olvidar y ahora resulta una simple cuestión de inercia. Como comer, dormir o masturbarse.

Daniela es más guapa copa tras copa, tiene un hermoso perfil derecho y una especie de lunar no catalogado en la sien izquierda que parece tener vida propia.
He dormido alguna vez en su cama pero jamás hubo sexo, nos hemos besado en alguna ocasión pero nunca hubo lengua, le he mencionado a veces que la quiero pero con la credibilidad nula que da el tequila.

Lo cierto es que echo mucho de menos a Laura, cuando estoy verdaderamente triste o nostálgico voy al cementerio, escarbo la tierra con las uñas y le hago el amor a su esqueleto. Es asquerosamente romántico.

El hombre del fondo, el del sombrero, solo bebe vino. Apenas habla, comenzó a venir cuando su mujer lo abandonó por un abogado corrupto, luego se compró un perro que acabó atropellado por un autobús cargado de niños de preescolar. Ahora tiene una tortuga, duerme en el bolsillo de su chaqueta y se llama Frida.

Laura decía que las cosas realmente importantes estaban en los bolsillos. El dinero, las llaves, las cartas de amor.

Era la única mujer que he conocido que no usaba bolso.

- Me hubiera gustado tanto conocer a esa Laura de la que tanto hablas- Ha repetido en numerosas ocasiones Daniela.

Es una frase llena de ignorancia, Laura, con solo su presencia ya acomplejaba a la mayoría de las mujeres.

La señora obesa que acaba de entrar se llama Olga, es hija de un padre ruso y una madre ucraniana, bebe vodka sólo y sola, a raíz del cuarto chupito comienza a gritar frases en su idioma, que por el tono adquirido los que allí nos encontramos agradecemos el no poder traducir.

A veces cuando está de humor enseña las tetas y se lleva una ovación, incluso en ocasiones invita al personal a manosearlos, son como dos globos aerostáticos desinflados que bailan al descompás el uno con el otro.

Olga es lesbiana aunque solo folla con hombres, la realidad es que la mayor parte de las mujeres son inteligentemente selectivas.

Supongo que es esa una de las razones por la que estoy sólo.

Todas las noches en mi regreso a casa, la calle se me hace demasiado larga y siempre antes de llegar acabo abrazado a alguna farola, ya no lucho contra el equilibrio, ni siquiera lo busco, es él quién me intenta encontrar sin demasiado éxito.

Sé que en mi hogar me esperan las ventanas para invitarme al suicidio, siempre antes de salir me preocupo de subir las persianas, para que a mi llegada la muerte no deje nunca de jugar sus cartas y conserve su fuerza como opción.

Y es que al fin y al cabo casi todo en esta vida, al final sólo depende de un salto.




Continuará....supongo.