jueves, 30 de junio de 2016

Del amor y otras lluvias 5

CAPITULO  5



Se sentaba en mi cara. Primero con unos leggins negros, luego en bragas. Llevaba unas medias de esas atadas por un finísimo tirante a su ropa interior. Casi siempre usaba el negro debajo de su vestido. El rojo en sus zapatos. Movía cada cierto tiempo sus nalgas para que pudiera respirar. -Con la asfixia el orgasmo se multiplica por un millón perro- Decía.
-Pero si te corres te la arranco con los dientes. Si me manchas la perra seré yo y jamás he sido dócil te lo aseguro. Si llenas el suelo seré una loba. No querrás ni imaginar en que animal me convierto si me ensucias el sofá.

Lo mejor es cuando se quitaba las bragas. Nunca usaba tanga.-Es una moda estúpida. Decía. - Estropea el culo. Hace horrible lo bello. Solo es comparable a las camisas de tirantes que usan algunos hombres. Claro que hay alguno que se la pone y ¡joder!, todo se convierte en poesía con solo contemplarlo. Pero a la mayoría le queda fatal. Hacen del morbo, asco. Con el tanga pasa igual. Si no eres una preciosa mulata, o no sales en algún anuncio de compresas ni lo intentes.

Su coño siempre estaba a punto. Cuando por fin se quitaba muy lentamente el negro de su piel, aquellos dos labios estaban tan húmedos que el beso era necesario para calmar la sed. Su coño era lo más cerca que se podía estar del mar sin tocarlo. Lo más lejos que se podía estar del odio al prójimo. Su coño era paz. En su coño la violencia era un gato de tres meses jugando con un ovillo de lana. El caos una metáfora macabra sobre la verdadera vida. El amor un acto cobarde para disimular que el cariño lo arrasa todo. Meter la lengua allí era girar la llave en la puerta del paraíso y descubrir por fin que dios existe de verdad y es una mujer desnuda y con tacones sentada en tu cara. Oler tan cerca el placer y hundir la cara allí donde comienza la vida de cualquiera y donde solo continua la mía. Si me faltaba el aire, claro, pero de tenerlo lo máximo que haría con el seria un suspiro de deseo, en cambio ahora el deseo me respiraba a mí, cerca, tan cerca, que su vaho escribía la palabra orgasmo en mi garganta. Y luego la hacia desaparecer, como una ola se lleva las pisadas de los turistas.

A veces abría sus nalgas con la mano y paseaba todo su culo por mi rostro. Mi lengua ardía, podía provocar un incendio enorme con el simple acto de besar a un árbol. Su suave gemir, era mi motor, el play de la escena, la banda sonora de la película mas acuática de la historia del cine. Yo era el pirómano, ella los aviones que lanzaban diluvios mas allá de las nubes. Yo era un condenado a muerte y solo su grito definitivo podía salvarme de la eterna oscuridad.

- Si no tienes cicatrices de cuando eras niño es que no has tenido infancia. Si no tienes alguna herida abierta, es que no has llegado a amar. Dijo observando mi desnudo.

Yo tapé con mi mano la parte izquierda de mi vientre, una cicatriz fea con forma de melón aplatanado, de una vez que vino a verme la muerte temprano y se quedo sin cobertura.

- Aparta la mano. Eso también eres tú.

La misma mujer que me hacia renegar de los espejos era la que conseguía que me viera guapo en sus ojos.

- Tú eres todo lo que tienes. También lo que ansias pero en menos medida. Los complejos solo sirven para que nos pese el alma. Hay personas que tienen tantos, que en lugar de caminar dan tumbos. Si aceptas todo lo que eres, el camino es abierto. Cada parte de ti que odies, que te disguste, que no consigas aceptar es una pared. La idea es no construir tantas alrededor que nos acabemos convirtiendo en un jodido laberinto, porque a veces es imposible salir de ellos y te quedas dentro el resto de tu vida.

- Acércate. Me dijo desde el sofá. Tengo un regalo para ti.
A su lado había una bolsita negra, con letras doradas. Me acerqué a cuatro patas hasta poner mi nariz a escasos milímetros de sus rodillas. Ella metió la mano en el bolso y sacó una cadenita que estaba unida a un collar de cuero.

- Te lo has ganado. Dijo. Colocó el collar alrededor de mi cuello y lo cerro en un simple click.
- Te queda perfecto.Ahora, ya eres todo un perro. Y me besó en la frente.

Las letras doradas ponían "MIO". Ese según ella, era el mejor nombre que se me podía atribuir. Al menos a su lado.

Sabía en que momento de mi vida llegué a esto. En que lugar del universo se me cayó el limite y perdí el escrúpulo. Sabía incluso  porque causa me sentía bien el sufrimiento. Porque el dolor era la única forma real de no hacerme daño.
A veces imaginaba en que pensarían de mi los que me conocen si me vieran aceptando tales humillaciones. Que diría mi santa madre si un día se enterase que su pequeño, (para una madre siempre somos un bebé que no deja de crecer) esquiva a la muerte cediendo su vida. Colocando su piel como mercancía, su honor como regalo, su orgullo debajo del tacón de una mujer a la que ni puedes llamar por su propio nombre.
Aquello también era una manera de torturarme solo que con ella no sentía placer alguno. Verme en los ojos de los otros lo único que me proporcionaba era odio. Un odio inmenso e insalvable hacia mí mismo.

- He dejado de ser un anuncio en el periódico. Me dijo mientras se vestía.

Me sorprendía la facilidad con la que se comportaba después del acto sexual. Como si en una guerra matas a la familia de un joven y luego a él le ofreces con frialdad un cigarrillo.

- Estoy cansada de esto. Se gana pasta si, mucha además, sin embargo llevo el peso de demasiadas vidas en mi espalda. No me refiero a ellos. A ellos los maltrato con gusto pero esos ellos tienen otros ellos detrás, novias, esposas, madres y en los peores casos hasta hijos.

- Entiendo. Dije sin entender demasiado pero apoyando su pausa.

- Ayer vi en un centro comercial a Joaquín. Es un hombre culto de cuarenta años. Tiene un negocio de hostelería. Un tipo correcto, atractivo incluso, de esos que visten bien y huelen bien. A él suele gustarle que lo ate. Manos y piernas. También los huevos. Luego me súplica que lo azote. Fuerte, a veces tanto que le hago sangre. No se como disimula las marcas ante su esposa, tampoco me interesó nunca preguntarle. Siempre como todos va a más. Primero necesita una bofetada, luego diez, mas tarde cien, hasta que llega un momento que la bofetada es demasiado simple y quiere una fusta, después un látigo así sucesivamente. No hay mucho mas, le pego y se corre. No hay sexo. Ni siquiera me desnudo. Bueno lo que iba diciendo - dijo tras un suspiro- ayer lo vi en un centro comercial, iba llevando el carro de la compra, lo acompañaba su mujer, una rubia y elegante señora y una niña de cuatro o cinco años a la que besaba en el rostro antes de quitarle una de las tres tabletas de chocolate que llevaba en las manos.
- ¿Crees que la próxima vez que venga podré cruzarle la espalda sin pensar en esa niña? Me preguntó en el tono de voz mas bajo que había escuchado hasta entonces.
- Definitivamente lo dejo. Volvió a repetir.

- ¿ Y yo? ¿ Qué hago yo ahora?- Pregunté.
- No lo se Alex. Eres un caso que también me supera. Nunca pensé que nadie viniera aquí a buscar el dolor para no salir de él. Tal vez deberías buscarla, llamarla, entender el por qué. Estoy segura que ello te acercará más a ti mismo de lo que lo hacen mis manos. Yo soy un ancla y tú necesitas volver a navegar, no todos los puertos se llaman Laura. Y siempre por grande que sea la ola, acaba muriendo en la orilla.

Que aquella diva de lo extremo resultara compasiva no me entraba en la cabeza. No me atrevía siquiera a preguntar si era de verdad la última vez que la vería. Si aquel collar, era el recuerdo donde apoyar su ausencia. Y sentí amor y nostalgia. Una enorme tristeza. Una horrible incertidumbre mientras bajaba la escalera que me devolvía a la calle. Miré desde la acera su ventana, unos minutos allí parado junto al bordillo, observando como por el cristal entreabierto de su dormitorio su cortina se movía ligeramente como una bandera que despide al perdedor de la batalla. Me marché a casa con la peor sensación de todas las que había tenido en aquellas sesiones con ella. La del vacío.


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